Ruymán Alonso: «La hechicera de Jade».

Ruymán nos habla de su La hechicera de Jade y del completo mundo donde está ambientada la historia Vanadia.

 

Defínete en tres palabras.

Un lector apasionado.

Seguro que hay algún lector que no lo sabe, cuéntanos qué es Vanadia, y cómo es la Vanadia que aparece en La hechicera de Jade.

Vanadia es un mundo fantástico. Concretamente, el mundo que yo soñé al ser consciente de lo que era la Tierra Media de Tolkien y de cómo había surgido. Un universo que ha ido desarrollándose, poco a poco, desde hace muchos años. Ese mundo propio que todos hemos deseado crear (y explorar, a un tiempo) al leer las obras del genio británico y tantas otras, de diferentes autores, que me fascinan. Textos que cobraban vida en tierras y mares imaginarios representados en coloristas mapas, llenos de detalles, que contemplaba durante horas.

Para saber más sobre su particular geografía —como que Vanadia es una tierra plana y que tiene un sol anaranjado y dos lunas recorriendo sus cielos—, invito a los lectores a sumergirse en las tres historias que hay publicadas hasta la fecha. En este sentido, los que ya hayan leído La Ciudad Llameante y El Valle de las Empusas sabrán que transcurrían en un entorno de corte «oriental», del estilo a los cuentos de Las Mil y Una Noches. Sin embargo, Vanadia es un mundo inmenso, en el que no solo florecen culturas asimilables a esos pueblos orientales del pasado de nuestra propia Tierra. En el caso de La Hechicera de Jade, la acción se localiza en una región de Vanadia más cercana a una Antigüedad Clásica tardía con ciertos toques medievales. Y, hasta ahí puedo leer…

¿Por qué es tan importante para ti la fantasía, o la espada y la brujería? ¿Por qué prefieres este género sobre otros?

Porque la fantasía, en sentido amplio, es ese territorio infinito que nos permite a todos ser lo que queramos y llegar hasta lugares nunca antes hollados. Nos posibilita evadirnos de nuestro día a día durante el tiempo que deseemos y, mediante una suerte de catarsis, experimentar lo que sienten y padecen personajes que nunca existieron (o quizás, sí). Y porque, en definitiva, dentro de mí siempre habrá un niño que pronto descubrió que amaba los libros de aventuras fantásticas.

Sin embargo, debo decir que no soy muy aficionado a las clasificaciones y subgéneros. Es decir, escribo lo que me encantaría leer como humildemente puedo, tratando de emular torpemente a mis grandes héroes literarios, sin pensar que estoy creando este tipo de fantasía o aquel otro, ni, por supuesto, nada originalísimo que no haya sido escrito antes. Simplemente, plasmo las ideas  que buenamente «me salen», tras pasarlas por el filtro de todo lo leído y visto durante mi vida.  Si consigo que el lector pase un buen rato —única pretensión que tengo, si se me permite—, me sentiré satisfecho y honrado con creces.

¿Qué nos puedes contar de la segunda parte de El dios bajo la arena, que se publicará este año, encima en un formato más grande, debido a la extensión?

Creo que es una historia más ambiciosa (pero, no mucho más), con multitud de situaciones de aventura y peligro; y que, por otra parte, ofrece respuesta a algunas cuestiones planteadas en El dios bajo la arena y que propone, a su vez, otros interrogantes. Además, introduce nuevos personajes con vocación de futuro que, espero, sean del agrado de los lectores.

Cuando empecé a escribir La Fortaleza de los Cráneos ni siquiera tenía claro el título. No sabía qué les iba a pasar exactamente a Taylor, el nómada y a Rhea de Meriya. Solo tenía una vaga idea de la trama principal. Eso era todo. El texto se fue desarrollando  y alargando a medida que los protagonistas se iban adentrando en los yermos radiactivos y les iban sucediendo cosas que casi estaban fuera de mi control. Cuando quise darme cuenta, la extensión habitual de un bolsilibro había quedado muy atrás.

Como en El Dios bajo la arena, he intentado rendir un homenaje digno a las historias post apocalípticas (principalmente, películas) que me fascinaron durante la infancia y la adolescencia. Esos escenarios devastados en los que, por obra de un holocausto radiactivo (o de otra naturaleza), el mundo cotidiano —nuestro mundo— se volvía algo misterioso e inexplorado. Algo así como un volver a empezar. Continentes enteros por redescubrir llenos de peligros y de seres extraños. Un escenario capaz de aunar la crudeza y el salvajismo más primitivos con el romanticismo y el sentido de la maravilla inherente a toda historia fantástica o de ciencia ficción. No sé si lo habré conseguido, pero ¡por los Doce que lo he intentado!

 

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